jueves, 14 de mayo de 2009

Sueño y Quimera

Sobre los campos de encinas
la Luna hace sombras negras,
y un céfiro en brisa fina
recorre la noche en vela.

Desde el pueblo a la dehesa
un camino es carretera,
dos muchachos se embelesan
con sus sueños y quimeras.

Despacio van los mozuelos
con sus hatos a la espalda:
un estoque de señuelo
un capote rosa y gualda.

La noche está de princesa
con bata de blanco acero,
y su brillo hace promesas;
promesas a dos toreros.

Entre espliegos y tomillos
se mueven manchas oscuras.
¡Ay mis dos muchachillos,
qué cerca está la bravura!

Una treintena de toros
descansa sobre la hierba,
dos con la piel de moro
están prestos a reyerta.

Uno se encuentra apartado
junto al agua de la alberca;
es momento el apropiado
para entrarle a la muleta.

Y el miedo se hace persona,
y la gloria se ve lejos,
¡hay que traerla más cerca,
hay que demostrar arrestos!

Duerme en casa el mayoral,
duermen también los vaqueros,
el silencio es espectral
y se adorna de cencerros.

Debajo de las estrellas
brillan dos camisas blancas
que cosieron las dos madres,
las dos del todo angustiadas.

Debajo de las estrellas
brillan espadas de nácar,
libraos muy bien de ellas
que llevan muerte en su entraña.

Uno de ellos citó al bicho
saltando del paredón,
el otro quedó en rondón
para un quite de improviso.

Ya viene el toro hacia él
envistiendo con nobleza,
y el capote en redondel
engaña a tanta fiereza.

Un pase de torería
y otro que no es de escuela,
se hace drama la porfía,
la noche se va que vuela.

Pases del uno y del otro
a este toro que es novillo,
el polvo les cubre el rostro
y el sudor se vuelve brillo.

Emborrachados le lances
sus mentes van a otras plazas,
la grandeza está a su alcance;
esas son sus añoranzas.


Vámonos ya compañero
que se enciende la alborada,
que mañana en ese pueblo
lidiaremos de estocada.

Que yo conozco al alcalde,
y él nos dará licencia
para lidiar con detalle
y ganarnos una perras.

Yo supe de estos muchachos
por aquella tía Teresa
esposa de Antonio Santos,
mayoral de la dehesa.

Manuel se llamaba uno,
de Córdoba la Sultana,
del otro no sé su nombre,
pero era de Salamanca.

La mujer, con sus trabajos,
tenía un corazón muy grande
les puso sopas de ajo
y dijo Dios os ampare.

Uno triunfó, de los dos,
del otro ya no me acuerdo,
pues los mozuelos se fueron
por esos mundos de Dios.

Bilbao septiembre del 2000

Silax Marcos.
En recuerdo de Teresa Marcos González, que con tanto cariño y compasión trató a los maletillas que buscaban el triunfo en el toreo por los campos de Salamanca.

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